26/6/07

La Llave de Oriente I


El reloj despertador la hizo saltar de la cama como todas las mañanas, se metió a la ducha pensando en que debía llegar temprano a su trabajo si no quería que el editor la volviera a recriminar por no entregar a tiempo las críticas de cine. Películas gratis y un sueldo a fin de mes eran su entretenido trabajo, pero ya casi no disfrutaba en las butacas y su vida comenzaba a teñirse de trailer tragicómico francés. Cuando salió de la ducha se miro en el espejo desafiante, tratando de encontrar a la misma mujer de siempre, pero no… los últimos meses de hastío estaban haciendo estragos con su semblante y era inevitable notarlo, tenía que hacer algo.
Salió decidida del baño y llamó a su editor:
-Carlos, lo siento, no llego hoy, ni mañana… ¿me das unos días?
- ¿Por que? ¿Estas enferma?
- Peor todavía, casi no estoy. Por fa, dile a Marcos que me cubra por un rato
- ¿Hasta cuando?
- No lo se, un par de semanas, que importa, te mando mail. Te lo suplico.
-Tu sabes que me cargan los imprevistos, además yo creo que este asunto no pasa de ser una maña de las tuyas, pidiendo siempre excepciones de….
Camila se separo del teléfono, fue a buscar una manzana y se tendió en su futón verde, con la mejor pose de Eva la persuasiva, Carlos seguía con el sermón.
-Porque nunca te tomas en serio los proyectos ni los compromisos que tenemos con nuestros lectores que…
Escoger la mochila ideal era un tema, no sabía por cuanto tiempo tendría que irse, tal vez la roja era lo más práctico pero ¿Dónde la habría dejado?
-¿Me entiendes?
-Perfectamente
-¿No tienes nada que decirme?
-¿Por favor ten piedad de mi? Una sonrisa se le dibujó en la cara, sabía que lo había logrado, otra vez.
-Esta bien, mándame mail en dos semanas o estas fuera, y no puedes tomarte mas de un mes, ¿me escuchaste?
-Eres lo máximo, no te vas a arrepentir, volveré como nueva.
-Me basta con que vuelvas cuando te digo, Camila esto es en serio ¿OK?
-No te lo terminaré de agradecer nunca.
Se despidió, con la cabeza de lleno dada a la tarea de encontrar su mochila roja ¿Por qué tenía que ser tan desordenada?
Tardo una hora y media hora en retirar sus ahorros del banco, el resto de la mañana para ordenar sus cosas, diez minutos para despedirse de su gato y una hora reloj para encontrar su pasaporte. A las cuatro y media ya estaba lista para partir. ¿Pero donde? Acá se puso complicada la cosa, quería irse no para llegar a alguna parte en especial sino para salir de la fomedad donde estaba, tenia la certeza de que su destino la encontraría más temprano que tarde sin que ella lo buscara, pero necesitaba una dirección en mente para empezar. Un dardo en el mapa de Sudamérica le cruzo un minuto por la cabeza, pero lo descarto por cliché a los tres segundos; decidió tomar el primer vuelo que saliera del aeropuerto, y el mejor lugar para buscar eran las ofertas de último minuto en Internet.
¿Paramaribo, Surinam? Camila abrió sus enormes ojos verdes, no tenía la más remota idea de donde quedaba ese país y tampoco es que se muriera de ganas de averiguarlo, le sonaba, moreno, sudoroso y levemente tardío, pero no estaba para regodearse y si se apuraba podía estar en el check in a las seis y volando a las siete y media, luego de evaluar, su espíritu aventurero pudo más que su sentido común; aunque este último nunca había tenido mucha injerencia en sus decisiones de todas formas.
Bajó las escaleras de su edificio, encargó las llaves de su departamento a la señora del boliche de la esquina para evitar la tragedia de perderlas en esas extrañas latitudes, y al llegar al final de la calle miro hacia atrás una sola vez, por si llegara a ser la última; porque uno siempre cree saber, pero nunca sabe.
El aeropuerto fue un tanto confuso, el empleado del mesón le pregunto si se había puesto todas las vacunas, y aunque Camila había visto una jeringa por última vez a los diez años en tercero básico, dijo que si con la más irrefutable de sus sonrisas. Luego le tocó revisión de equipaje, durante los cinco minutos que duró estuvo rezándole avemarías a la Virgen del Consuelo para no tener nada ilegal, olvidado de viajes anteriores en su mochila, por fin en el avión, pidió un Bailys y se durmió profundamente.
Surinam resultó ser una caja de Pandora desde el primer momento, un país muy cosmopolita por decir lo menos, en el aeropuerto se dio cuenta de que el idioma oficial era el neerlandés ¿Cuándo iba a ella a pensar que en un país de esta América bolivariana se hablara una lengua tan definitivamente inteligible? Por suerte se hablaba también ingles y español, con esto a su favor, consiguió un hotel decente a un buen precio y durmió feliz en una cama de plumón ligero y almohadones para regodearse.
La mañana siguiente después de un tropical desayuno se dispuso a recorrer Paramaribo. No pensaba recurrir al cartel de turista que significaba el mapa en mano, pero tampoco se arriesgaría a salir a una ciudad desconocida sin ninguna garantía, así que armada de su vestido más diminuto, veraniego y seductor, cambió veinte dólares en recepción, escribió la dirección y el teléfono del hotel Krasnapolsky en su mano, y con su corto pelo azabache todavía mojado se lanzó a la calle.
Contrastando aquel lugar con sus prejuicios, o “juicios previos” que suena mejor, se dio cuenta de que era moreno sí, pero no moreno chocolate, la mayoría de la gente presentaba rasgos más bien hindúes, descendientes de los inmigrantes indios del siglo diecinueve; era sin duda sudoroso, el cielo tropical le regaló un chaparrón a la tercera cuadra de caminata, si ella hubiese sabido que las cosas acá funcionaban así, esa mañana se ahorra los diez minutos de ducha; era también tardío, lleno de pequeñas e idílicas casitas holandesas, trasladadas intactas al medio de la selva por algún mágico he impensado cataclismo.
Llegó hasta un pequeño mercado, a la orilla de una plazoleta, comenzó curiosa a observar lo que ofertaban en las coloridas telas tendidas en el pasto, habían: gallinas, collares, anillos, radios portátiles, libros, cristales de antiguas lámparas, juguetes a pilas… en fin, una cantidad impensada de objetos de la más diversa naturaleza apiñados en un espacio muy reducido. Una anciana distraída en su tarea de hilar le llamó la atención, se acercó a su tela color verde agua donde se tendían un pequeño número de cachivaches, sus ojos fueron atrapados por una llave que colgaba de un collar con cuentas verdosas y azul oscuro, perfecto para su vestido verde, -¿Cuánto cuesta la llave? preguntó Camila.
La anciana levanto la vista del uso y pareció despertar de un largo sueño, Camila se quedó petrificada por el intenso color azul de sus ojos que resaltaban en la negrura de su piel como zafiros engarzados en terciopelo.
-Esa llave no tiene precio pequeña -le dijo sonriendo- pero si sientes que estas preparada para llevártela, simplemente hazlo.
A Camila muy pocas cosas la agarraban de sorpresa, sobretodo porque para quien nada espera nada es inesperado, pero esa respuesta le hizo un eco suspensivo en el pecho y la dejó sin palabras; la anciana tuvo que haber notado su desconcierto, porque agregó.
-Perdóname linda si esta vieja tonta te asustó, has hecho una muy buena elección, ese collar es precioso y estoy segura de que te será muy útil, te lo puedes llevar sin problema, y te agradeceré que me dejes diez Guilderes a cambio.
Camila continuó dudando, en general cundo algo la agarraba de sorpresa salía corriendo, más por falta de costumbre que por miedo; pero no pudo resistir el impulso magnético de el collar, luego de entregarle el dinero, la anciana volvió a perderse en su tarea de hilar y Camila no se atrevió a preguntarle nada más.
Recorrió un rato más la feria hasta que un aroma delicioso le recordó que ya era hora de tener hambre, se aproximó a una tiendita con techo de totora que vendía una especie de tacos hechos con queso y camarones, pregunto el nombre de esa delicia; pero ante el inteligible dialecto en que le contesto el mesonero, opto por sonreír, pagar, y aplicar el antiguo adagio come y calla.
Cuando estaba terminando la segunda de sus fajitas se desconcertó por un alboroto en la feria, cruzó la calle y un uso voló por los aires. Su sentido propio, que ya había mencionado que era infinitamente mayor que su sentido común, la obligo a ir a ver lo que ocurría, un hombre negro con guayabera zamarreaba a la anciana del puestito en la feria y dos más daban vuelta todos los cachivaches del pañuelo preguntando coléricos por la llave, ella se dio cuenta que tenía que irse, pero uno de los hombres vio su collar en el preciso minuto en que se daba vuelta para salir discretamente calle abajo. Cuando se supo descubierta Camila se olvidó de la discreción y se lanzo a correr como alma que lleva el diablo entre la gente, con estos tres gorilas modelo playero pisándole los talones, leyó la dirección del hotel en su mano, pero no le servía de nada si no tenía idea de cómo ubicarse en la ciudad, sentía los pasos de sus perseguidores resonando rítmicos sobre los adoquines cada vez más cerca, desesperada dobló en la esquina de una callejuela lateral llena de tienditas pequeñas, y casi le da un infarto cuando un brazo la atrapó por el hombro para meterla en una grieta de la muralla cubierta por un pareo de flores multicolores. Quedó apretada frente a un hombre pelirrojo, un poco más alto que ella, que le indicaba con el índice en la boca que guardara silencio. Dadas las circunstancias ella obedeció sin chistar y recurrió de nuevo a la Virgen del Consuelo para que sus perseguidores no notaran las sandalias turquesa que el pareo dejaba al descubierto, y pasaran de largo. Luego de dos tensos minutos salieron de nuevo a la calle, el extraño se presentó.
-Hola, soy Heinz
-Camila Erlinda Del Valle Ortiz – tenía la costumbre de rematar con su enorme nombre completo cuando estaba insegura en alguna situación, como si todas esas letras pudieran agregarle centímetros de estatura a su figura algo menuda-
-Encantado de conocerla señorita, ¿me podría decir qué hace usted con la llave?
-Mmnn…bueno, combinaba con mi vestido -contestó dudosa, y sonrió lo mas inocente que pudo con un atuendo como el que llevaba-
-¿Me vas a decir que no tienes idea lo que traes colgado al cuello?
-Mira, ni le he tomado tanto cariño, ni me huele muy conveniente conservarlo, así que te regalo mi collar y voy por un Amaretto Sour ¿te parece? -ella no lo habría confesado jamás, pero estaba asustada-
El sonrió antes de contestar, ella no pudo dejar de notar su adorable margarita en la mejilla derecha.
-Lamentablemente no es tan simple, a Babane Ela no le ha fallado nunca el ojo así que esa llave es tuya, ya no podemos retroceder; te he estado esperando hace un tiempo, tenemos que partir enseguida ¿Dónde esta tu casa?
-Mi casa esta bastante lejos, pero podemos ir al hotel Krasnapolsky a buscar mi mochila.
-¿Eres una turista? la miró sorprendido, no pudo dejar de notar lo bien que le quedaba su vestido verde.
-Soy- le contesto Camila- pero una tan atípica y particular que he accedido acompañarte antes de preguntar siquiera donde vamos, así que ¿qué me dices?
-Como te decía antes, Babane Ela tiene buen ojo, vamos por tu mochila.
En el camino ella le explicó detalles sobre su vida, en que trabajaba y como había llegado hasta ahí. Él le contó que había nacido en Paramaribo porque sus abuelos eran colonos holandeses. Conocía a Babane Ela desde que tenía memoria, pues ella llegó a la casa de sus abuelos a los catorce años, y les sirvió hasta el día en que ellos murieron.
Cuando el volvió de Oxford, donde estudió Arqueología, se había dedicado por una década a buscar las ruinas del templo de Sarasuati, supuestamente situado bajo el lago Nani, en la reserva de Brokopondo, a dos días de donde estaban. Cuando comenzó su búsqueda Babane Ela le confesó que al dejar la reserva, siendo todavía una niña, su abuela en el lecho de muerte le había encomendado ser la guardiana de la llave de uno de los tres portales que permiten entrar en el Santuario de Sarasuati según la leyenda; él no la había tomado en serio, pero en su último viaje hace dos meses encontró una puerta totalmente cubierta de helechos; tatuada sobre el mármol estaba la imagen de Sarasuati y su mano sostenía una pequeña cerradura. Hizo todo el viaje de vuelta ilusionado, pensando en La Llave, pero cuando llegó, Babane Ela fue absolutamente intransigente; solo podía dar la llave a la siguiente guardiana, y como nunca había tenido descendencia debía encontrar a una mujer lo suficientemente valiente para custodiarla.
-Supongo que te escogió a ti -dijo mirándola de reojo-
-Supongo…-susurró Camila- Tenía la mirada perdida en el horizonte, no podía dejar de pensar que su destino estaba por fin encontrándola, no había sido Babane Ela quien la había elegido, la Llave misma la había estado llamando a miles de kilómetros de distancia.
Recogió todas sus cosas del hotel e hicieron el check out tan rápido como pudieron, al salir en el auto de Heinz, Camila pudo ver a los matones de guayabera entrando en el lobby.
-¿Y ellos quienes son?-dijo señalándolos -hasta ahora había olvidado momentáneamente la parte más inquietante de la historia.-
Heinz se puso pálido al verlos.
-No pensé que llegaran tan rápido, salgamos de aquí pronto y podré explicarte todo con más calma en el viaje.
Compraron provisiones y salieron de Paramaribo, en la carretera Heinz le contó que los tipos que la seguían eran de la tribu de los Marunes, casta de los Saramaka, igual que Babane Ela. Ellos también buscaban exhaustivamente la llave para saquear el Santuario, y de este modo, financiar con sus riquezas la resistencia armada que sostienen contra las compañías madereras, que ambicionan destruir las reservas donde viven, no comprenden el valor del Santuario y no dudarán al momento de profanarlo si eso puede traducirse en armamento.
A Camila le había empezado a doler el cabeza, todos los acontecimientos de hoy le parecían inverosímiles, dejó a un lado la maraña de hechos sin pies ni cabeza por un momento:
-Necesito Internet ¿podemos parar en un lugar donde pueda escribir un Email?-preguntó
-Heinz la miró desconcertado-¿No has escuchado nada de lo que te dije?
-Por supuesto, ahora yo te voy a contar mi historia-dijo con su natural encanto, sumamente eficaz - vivo en Chile, un país largo y angosto olvidado de la mano de Dios, trabajo en una revista y necesito comunicarme con mi editor antes de dos semanas, como supongo que en este Santuario donde nos dirigimos no hay wi-fi, te agradecería muchísimo poder atender algunas de mis necesidades laborales, antes de asumir mi nuevo rol de guardiana de una llave milenaria y ser perseguida por unos roperos azabache con guayaberas, mientras corro a salvar un templo enterrado. ¿Te parece bien?
-Como guste- contestó sin chistar; era innegable que algo muy especial tenía esa mujer-.
Durmieron en un motel del camino. Conexión telefónica mediante, ella pudo mandar un mail a Carlos contándole que estaba en Surinam pasándolo increíble en las playas, que había pensado tomarse el mes enteró y volvió a darle las gracias por su merecido descanso, “ahora al fin sé lo que es no tener ninguna preocupación”. Mientras escribía pensaba por que no había optado por un paquete todo incluido a Búzios para vacacionar, como el común de los mortales.
Partieron temprano, se supone que llegarían a la puerta antes del atardecer, a Camila le bajó la curiosidad, uno de sus rasgos más característicos, llevaba sus veinticinco años indecisa sobre si calificarlo como defecto o virtud.
-¿Cómo se supone que es este Santuario?
Heinz la miró con una sonrisa y los ojos iluminados, se notó que había estado esperando esta pregunta desde que la arrinconó en la grieta de la callejuela Paranimberense.
-El Santuario de Sarasuati de supone fue edificado por los primeros hindúes que llegaron Navegando a este país, es el último bastión del conocimiento y las artes originales del lugar; anterior a la llegada de los colonos, incluso anterior a los Marunes y sus distintas castas. Sarasuati es la Diosa de la ciencia, la armonía, el lenguaje y la música, en honor a ella este Santuario está tallado en mármol y piedras verdes y turquesa, como las de tu collar; cada pequeño centímetro es una joya y se supone habitado por la casta de los inmortales. Que más te puedo decir, un pequeño cielo aquí en el corazón de Surinam, el país más pequeño de América.
-¿Y alguien lo ha visto? –no es que ella fuera desconfiada, pero los años le habían enseñado a no creer de buenas a primeras cuando un extraño le prometía el cielo en la tierra, esta no sería la excepción-
-Bueno, supongo que seremos los primeros -bromeó Heinz- los relatos más actuales son papiros que datan del siglo trece, por lo tanto; digamos que alguien lo ha visto de seguro, pero no existe en el mundo quien pueda dar testimonio de su existencia.
A Camila se le aceleró el corazón, sentía que por primera vez en mucho tiempo estaba siendo protagonista de una historia que merecía ser contada, y no mirando desde las butacas. No tenía idea de cómo concluiría todo esto, pero por lo menos lo averiguaría antes del anochecer.

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