13/6/07

La Habitación 157


“La realidad no es más que una ilusión…
Endemoniadamente persistente” A. Einstein.

Estaba en la habitación ciento cincuenta y siete del hospital, todos creían que era un número sin ninguna importancia, pero él sabía que no; también sabía que ya no podía comentar con nadie las innumerables coincidencias que habían terminado arrojándolo al abismo del sin sentido.
¿Qué era, después de todo, el sentido? desde el otro lado, la línea de la razón se veía como una pita de cáñamo que aprisiona a la masa en la mediocridad; una melodía sin ton ni son, que los mantiene a todos cantando la letra de una canción aburrida y melódica. Él ya no estaba ahí, hace un rato que todo empezó a cerrarse a sus espaldas, al principio solo estaba sorprendido, murmuraba "no puede ser", al ver como las piezas empezaban a encajar en los engranajes con la perfección de un reloj suizo. Todo lo que deseó pudo tenerlo, si en ese momento hubiese sabido cuanto tendría que pagar por aquello, se habría largado a vagar por los rincones más recónditos del mundo hasta que el destino le sacara los ojos de encima, pero la feliz ignorancia lo convencía de que estaba viviendo la mejor racha de buena suerte que hubiese tenido jamás.
La enfermera entraba a la habitación preguntando en plural ¿Cómo amanecimos hoy? trataba de que su voz fuera alegre, pero mas bien parecía estarle haciendo tristes arrumacos a un niño de veintiocho años, tendido en la cama, sin ánimo de jugar. A él le daban ganas de contestarle: No se como ni con quien amaneció usted, pero yo amanecí como las pelotas, hastiado de estar empezando mi tercera semana en este maldito hospital… pero no le dijo nada, ¿para que? Ni ella lo escuchaba ni él quería realmente hablar. Tampoco quería comer, pero rumiaba lentamente su desayuno para evitar que la histérica bulímica de la nutricionista fuera a darle una charla de buena alimentación con su hálito vomitivo, como la primera semana.
Había pedido que sacaran el televisor del cuarto, sabía que podían observarlo a través del monitor, y aunque pareciera una ridiculez todavía tenía miedo, porque continuaba resistiéndose a lo que le pedían. Aparecían en sus sueños, llamándolo a la cordura, susurrando que todo iba a estar bien si simplemente se abandonaba a si mismo y vestía el traje gris con propiedad el resto de su vida, entonces él despertaba a medianoche gritando ¡NUNCA!, rompiendo la paz del hospital, enfrentando valiente las tres jeringas tranquilizantes que lo lanzaban más allá de los brazos de Morfeo. Así pasaba un día y otro más.
Cuando la buena racha no acababa, comenzó a sentir el poder aproximarse, se dio cuenta que convencía a los demás ya no fundado en su locuacidad o aparente calidez, descubrió que había algo más en la vida que pensamientos y actos, una dimensión intermedia en la que de alguna manera inexplicable él había logrado adelantar la reacción a la acción. Luego de vivir un tiempo en este limbo, empezaron los primeros De Ja Vous, al comienzo no les dio mucha importancia, después de todo, no era tan anormal sentir que ya se ha pasado por un determinado momento, además no estuvo seguro de donde procedían las imágenes, hasta que fue demasiado tarde.
El doctor Grau irrumpía, como siempre, tres minutos antes del mediodía, un desaliñado buenos días era todo lo que articulaba al cruzar la habitación; con su sonrisa pulcra y perfecta, se arrellanaba en el sillón rojo de la esquina del cuarto. Él siempre tenía ganas de levantarse y propinarle un golpe que le arrancara de cuajo por lo menos tres de sus blanquísimos dientes, pero lo detenía saber que el Doctor era una de las pocas personas que todavía lo escuchaba, aunque tuviera que pagarle por ello.
-Vamos a volver al principio, señor Del Río -Comenzó pausadamente el Doctor Grau- yo, después de todo este tiempo, no tengo muy claro como llegó usted hasta aquí, tampoco me gustaría tener que seguir medicándolo, pero es que al parecer, su cuadro sicótico inicial es… como decirlo…
-Endemoniadamente persistente- terció él desde la cama, mirando desanimado el horizonte preso en el ventanal.
-Exacto, todo sería más fácil si me fuera posible encontrar un hilo conductor, lógico, ¿me entiende usted?- lo miró inquisitivo-
El entendía, pero no fue capaz de contestarle nada, el hilo conductor le parecía sumamente claro, pero en el momento en que lo contrastaba con el adjetivo lógico, se le escapaba de las manos como la última fracción del carrete que sostiene un volantín que se lleva el viento.
De pronto, tuvo unas repentinas ganas de solo llevar un día en aquel lugar, de confiar en el doctor Grau como su última y suprema esperanza de salvación, contarle una y otra vez toda la historia, ver como anotaba furioso en su hoja de diagnostico, y creer que estaba redactando el alta; pero no, estaba solo medicándolo con las mil dosis de tranquilizantes y neurolépticos para sellar su destino como un paciente más de la pieza ciento cincuenta y siete. Todo se le vino encima.
-Doctor, hoy quisiera descansar, ¿puede ser? preguntó esperanzado.
-Hombre, si aquí no tiene usted nada que hacer excepto descansar, le estoy pidiendo que conversemos un rato, a ver si puedo ayudarlo de alguna manera. Le aseguro que tengo la mejor intención.
-¿de qué quiere que le hable? preguntó resignado.
-Cuénteme de nuevo sobre la noche que lo trajeron aquí.
-No hay nada sobre esa noche que usted no sepa- dijo mirando fijamente al Doctor Grau.
-¿Y hay algo que no sepa usted? -le respondió este.
La pregunta lo encontró de sorpresa, claro que lo había, horas perdidas desde su conversación con Casandra, el taxi, su departamento, su madre, hasta esta extraña habitación… aunque podrían haber sido días , o semanas, no importaba ya, su corazón latía rápidamente. Miró al Doctor Grau, por primera vez desconfiado, ¿Por qué le habría preguntado eso?
-Bueno, si fuera mas cooperador yo podría decirle que fue exactamente lo que pasó, usted solo necesita consentir en el diagnóstico para que yo lo deje salir de esta habitación que estoy seguro, lo aburre bastante.
-entonces el último engranaje cayó de cajón, el Doctor Grau era uno de ellos, ya podía tener la certeza de que lo habían atrapado, no le importo entonces que fuera de los pocos que todavía lo escuchaba, se levantó con la sólida intención de molerlo a golpes, pero apenas pudo poner un pié fuera de la cama cayó tendido sobre las frías baldosas verde agua de la pieza del hospital.
El doctor Grau se levantó, dudó un momento, él pensó que lo recogería del suelo, pero se limitó a decirle:
-Créame que esto me resulta más difícil de lo usted piensa, pero por favor, considere mi propuesta, vendré mañana, si no tiene una respuesta vamos a tener que acordar un nuevo lugar de reclusión, este hospital es caro, y usted sabe que nadie se queda en esta habitación por mucho tiempo.
Cuando el doctor salió, ni siquiera trató de levantarse del suelo, ya no podía más, lágrimas saladas de la más honda frustración se le cayeron por las mejillas, no le quedaba nada, no encontraba la forma de seguir resistiéndose, ni siquiera el miedo al gris podía entregarle ánimo para continuar combatiendo en contra de un destino que le caía encima con todo su peso, su mirada llegó hasta el ventanal de la habitación, había todavía una última esperanza de renuncia, un acto supremo para devolver cuanto se le había ofrecido. Hasta ahora había rehuido ese sacrificio sublime, más que por sentirse incapaz, por tener todavía esperanza… pero ya no existía otra opción, y en un último esfuerzo se apoyo en la cama para empezar a caminar hacia el horizonte; las agujas con suero de sus brazos quedaron tiradas por el camino como serpientes venenosas, dudó un segundo apoyado en el dintel, pero no miró hacia abajo ni una sola vez, su pié se adelantó al vacío, su primer acto de libertad en mucho tiempo, sería también el último. Voló por los aires.
En vez chocar contra el suelo, se encontró sentado sudoroso en la cama de su departamento, a su lado estaba Casandra con los ojos muy abiertos.
-¿Otra vez una de esas pesadillas? pensé que acabarían después de tu examen amor, ¿estas bien?- mientras decía esto se aproximaba para abrazarlo.
El retribuyo su abrazo con furia, sentía como si no la hubiera visto en tres semanas, como si hubiera tenido la certeza absoluta de haberlo perdido todo. En ese minuto lamentó más que nunca que sus sueños no fueran al despertar más que masas informes de sensaciones, símbolos y rostros sin ningún sentido.
Salió de la ducha repitiéndose que todo estaría bien, que había sido solo otro mal sueño, se vistió algo nervioso; al terminar de afeitarse de reojo vio que eran las once cincuenta y siete de la mañana, los números se dibujaban verde agua sobre la pantalla negra de del reloj digital de su habitación, por alguna razón eso lo estremeció, pero tal vez fuera solo el sonido seco del timbre, que en ese mismo instante lo sorprendía anunciando a un extraño. Casandra había salido, él abrió la puerta, un repartidor de Fedex con su bata blanca le preguntaba:
-¿Arturo Del Río Díaz?
-Si, soy yo… -no sabía por qué ese sujeto le resultaba tan familiar-.
-Firme aquí por favor.
-Mientras firmaba, no pudo resistir el impulso de leer la placa del repartidor: Gonzalo Grau, Fedex, su corazón comenzaba a acelerarse.
Dudó un momento… solo la amorosa letra de su madre en el envoltorio lo animó a abrir la caja antes de que Casandra volviera. Dentro venía un traje, cuidadosamente planchado y envuelto en plástico negro, una nota lo acompañaba:

Arturo:
Te mando el traje que era de tu padre para tu primera entrevista de trabajo mañana, no te preocupes de nada, tu sabes que tienes mucha suerte y todo lo que haces te sale bien, voy a estar acá esperando tus noticias, un abrazo grande y saludos a Casandra.
Tu madre que te ama.

Blanca.
Pdta: Estoy segura de que el gris te quedará estupendamente, búscale una bonita corbata.

Arturo no supo que hacer, de pronto se sintió asfixiado y sus pies se dirigieron inexplicablemente al balcón de su departamento. Entonces se abrió la puerta, Casandra entró con dos bolsas gigantes del supermercado, él tuvo que ayudarla, ella le dijo:
-Sabes mi amor, me llamaron hace dos minutos para decirme que al fin tenemos fecha para el matrimonio en la iglesia que yo quería, has sido tan lindo en esperarme. Tu mamá me llamo ayer, esta un poco preocupada por ti, quiere tener nietos pronto, yo creo que se siente sola, ¿a ti que te parece?
El la miró a los ojos, por un minuto tuvo ganas de llorar, pero solo suspiró hondo.
- Sí mi amor, a mi encantaría, veamos como sale lo de la entrevista de mañana- la besó casi automáticamente. Todo había terminado.
Micaela Del Alba

1 comentario:

► Beatus ille ◄ dijo...

Lo leí sin pausas, expectante no solo del final sino de todo el desarrollo. Seguiré hurgando más de tus escritos porque me conmocionó; ya debes intuir que me sentí un poco identificada, y la mágica sublimidad de la literatura es encontrar esa catarsis.
Gracias...