8/6/07

Camino a la casa del Árbol



La ruta había comenzado a ponerse sinuosa, desde que se perdieron las señales de radio, junto con las del celular, el unplugged de Nirvana reinaba con gloria y majestad, como el único casete del jeep. El agua de la caramayola de Eirin se estaba acabando y feliz se habría tomado la fanta de Francisco, pero estaba tibia.
-¿Cuánto falta? preguntó divertida, tratando de que un tono infantil disimulara su impaciencia.
-No mucho-contesto Francisco- exactamente quince minutos menos que la última vez que me preguntaste. Mientras lo decía le sonreía de lado, como pidiendo disculpas por tomarle el pelo.
Como siempre, ella lo disculpó antes de la sonrisa. Había sido excelente la idea del rapto de fin de semana, hace tiempo tenía ganas de salir, hasta habían intentado planearlo, pero así… sin planear, de aburridos un viernes en la mañana resultaba todavía más interesante, como cucharear un postre encontrado por sorpresa en el refrigerador.
Francisco se concentraba en el camino, no es que no supiera donde estaba, recordaba muy bien esa pradera bordada de astromelias justo antes del último cruce, solo que había olvidado que desde ahí a la laguna hubiese un trecho tan largo, pero en fin…pronto debía divisar los eucaliptos y entonces estarían por llegar.
En eso pensaban cuando de pronto sintieron un ruido seco y definitivo, ambos se miraron con la esperanza de que el otro tuviera para el fenómeno una explicación más alentadora que la que ambos sospechaban, pero no… habían pinchado un neumático.
-Bueno -suspiró Eirin- supongo que vas a tener que pasar un rato debajo del auto jugando con la gata y la llave de cruz.
-Supones de más- dijo lentamente Francisco- Porque asumes que hay una rueda de repuesto.
Ella abrió sus enormes ojos color miel, escudriñándolo para encontrar un gesto cómplice que transformara esa afirmación en una broma, no tuvo éxito.
-¿Cómo pudimos salir de Santiago sin rueda de repuesto? –preguntó lo más calmada posible, pero su voz serena no lograba ocultar la cascada de reproches que cruzaban por su mente.
-Bueno… de partida, hace tres horas atrás que decidimos salir, y se me olvidó que el pavo de Martín pinchó la rueda sin traerme el repuesto de vuelta.
Y ahí estaban los dos, casi en medio de la nada, que era precisamente donde querían llegar, varados en un jeep inservible, muertos de calor, evaluando sus posibilidades al son de Smells like teen spirit.
Bueno, dijo Francisco, está claro que ya no vamos a ninguna parte, lo mejor será que te quedes aquí mientras yo vuelvo al camino a buscar ayuda para cambiar la rueda o por lo menos señal de teléfono para llamar a alguien, acto seguido empezó a acomodar las cosas en su mochila cuando Eirin se le cruzó enfrente.
-Yo acá no me quedo sin ti, menos sola. Así que algo más se nos tendrá que ocurrir, aparte si ya no llegamos a donde vamos, por lo menos disfrutemos de donde estamos, a mi no me parece mal intentar una caminata hasta la cabaña, con lo indispensable en las mochilas, arriba podemos usar la radio para avisar que nos vengan a buscar mañana.
Medio sorprendido por la iniciativa y medio incrédulo ante la simplicidad de la solución Francisco acepto de buena gana, y aunque tuvieron sus diferencias a la hora de discriminar que llevar, Eirin termino por ceder y dejar su bolso extra de ropa y su enorme secador de pelo en el asiento de atrás, y Francisco tuvo que asumir que la consola de play con el winning eleven, no eran artículos de primera necesidad.
Caminaron en silencio, Francisco llevaba en la espalda su mochila y los dos sacos de dormir, y en el brazo el cooler de la comida, aun así, se movía como un gato por el camino, sus ojos tenían el brillo característico de la curiosidad, pero con los años su moreno semblante se había ensombrecido un poco, tal vez por todos los líos en que se metió por curioso. Eirin cargaba con su mochila sin quejarse, le hubiese gustado también cargar con su saco, pero Francisco insistió en hacerlo, y a ella eso le encantaba, no lo podía negar. Su vestido azul combinaba perfecto con los no me olvides que le trepaban por los tobillos desde que decidió caminar descalza; en medio del bosquecillo su figura alta y su largo pelo cobrizo le daban una dignidad inusitada, que ella se encargaba de hacer desaparecer con su pecosa sonrisa infantil.
-¿Cuánto falta? pregunto conteniendo una carcajada.
Cuando Francisco se dio vuelta cansado para contestarle, ella corrió hasta donde él estaba para sorprenderlo con un beso, Muchas gracias por ser mi equeco personal, susurró, los dos se rieron. Ya habían llegado a los eucaliptos así que se prepararon para almorzar.
Dispusieron juntos la comida sobre el mantel en el suelo, tan cómplices como si fueran a jugar a las cartas, comieron un delicioso salmón con queso crema ensalada y frutas. Luego disfrutaron de un cigarrillo, tendidos en el pasto, buscándole formas a las nubes, mientras Francisco vio tres caballos, una pelota de fútbol y dos barcos, Eirin solo fue capaz de ver dos neumáticos de repuesto, tres botellas de agua helada y un secador de pelo.
Después de comer comenzaron a bajar por la ladera, fue necesario que se desviaran del camino, porque aunque este iba recto y era considerablemente más corto, solo podrían encontrar agua si bajaban al río, siguiéndolo llegarían a la laguna, entonces solo les quedaría rodear un pequeño trecho para llegar a la cabaña por la playa. Primero sintieron el ruido del río, delgado, limpio, corriendo por entre las ramas de los árboles y haciéndoles agua la boca con su promesa de frescura. Apresuraron el paso, llegaron a las piedras de la orilla y se tendieron en un tronco que formaba una pequeña represa para beber cómodos, los primeros sorbos se abrieron paso a través de sus secas gargantas rápidos y ansiosos, pero luego, cuando el beber tuvo su ritmo marcado, ambos disfrutaron el sabor de esa agua fresca, deliciosa y pura que les saciaba por completo. Había un pequeño sendero a la orilla del río. Francisco acepto entregarle a Eirin su saco, ahora los dos se veían mucho más proporcionados respecto de la carga, aparte de un par de conversaciones irrelevantes sobre otra gente y algunos chistes respecto al repuesto de la rueda, la jornada había transcurrido en silencio. Pero no era el silencio incomodo de quienes no se conocen ni encuentran como reconocerse, era el silencio distraído de los constantes compañeros de viaje, que no tienen ya mucho que confidenciar.
Francisco se había quedado un poco atrás y Eirin lo esperaba al lado de un boldo con la palma extendida y el pelo un poco mojado ¿alguna vez se daría cuenta de lo hermosa que era? él le alcanzó la mano sin decir ni una palabra, pero tratando de transmitirle su pensamiento solo con ese gesto; recordó cuando nervioso se atrevió a tomar su mano por primera vez, en el cine, riéndose de lado como pidiendo disculpas, aunque no era necesario, por sobre la oscuridad de la sala él pudo ver su blanca sonrisa bajo las pecas que adivinaba… desde ese momento la quiso, tanto como ahora, le daba miedo recordar que tres años atrás, casi sin conocerla, la quería ya como hoy. Y aunque cada día ella lo sorprendiera, con sugerencias como esta aventura, esas sutiles sorpresas o alegrías no hacían más que dibujar los detalles de un sentimiento que estalló en toda su magnitud aquella tarde en el cine, como un big bang de su universo desordenado.
Al final del sendero, llenaron las botellas de agua y se dirigieron a la playa, todavía había sol suficiente, nadaron un rato para refrescarse después de las horas de caminata y se tendieron en la arena a descansar abrazados hasta estar secos. Finalmente se vistieron y comenzaron a rodear la laguna.
El sol había empezado a bajar, era la hora del día en que los reflejos dorados se multiplican y ellos caminaban de la mano con sus mochilas por la playa, el espejo de la laguna les devolvía sus dos figuras avanzando y dejando un rastro en la arena. Eirin se divertía pensando que la del reflejo no podía ser ella, que era increíble todo lo que había cambiado en estos años, nunca hubiese pensado que Francisco llegaría a conquistarla, pero se la fue ganando, de a poco, cuando se ofrecía para ayudarla con las maquetas interminables de su penúltimo año de taller, cuando aceptaba acompañarla a comprar y daba obediente opinión sobre las mil doscientas cuarenta y seis poleras que se le ocurriera probarse. Pero lo mejor, era cuando la llevaba al cine y solo le tomaba la mano, todas esas veces ella esperaba sonriente el siguiente paso, un beso, una palabra… pero nada, él nervioso estiraba la mano y ella divertida le sonreía. Ese había sido el principio de todo, y ahora caminando entre el bosque y la laguna no podía imaginarse que las cosas hubiesen terminado de otra forma, aunque intuía un espacio perdido entre ella y su reflejo.
Llegaron a la cabaña por la playa, Francisco subió a la casa del árbol para encontrar las llaves, escondidas en el cajón de la cocina de juguete; ella se entretuvo recogiendo manzanas caídas de la quinta, que se esparcían por el pasto como huevos de pascua rojos y amarillos.
Cuando entraron, la puerta crujió para darles la bienvenida, abrieron las ventanas y acomodaron todo, Eirin se dio una ducha mientras Francisco intentaba sintonizar la radio y poner los cables correctamente en la batería. Siempre le impresionaba que ese arcaico instrumento continuara funcionando a la perfección.
-Atento la casa grande para la casa del árbol, cambio….-solo estática-
Cuando iba a repetir la llamada por segunda vez, escucho una voz del otro lado,
-Acá Martín en la casa grande, para la casa del árbol ¿Pancho? ¿Por qué llegaste tan tarde? cambio
-Acá Pancho, Mira pendejo, tráeme la rueda de repuesto mañana en la tarde, el jeep esta en el camino, las llaves las tengo yo, pinchamos y tuve que pasar una tarde de excursión gracias a tu cabeza de pájaro.
-Uhhhh discúlpame hermano, por fa, mañana sin falta llego a buscarte, pero ¿que onda tu y la Eirin, están bien?
-Si, perfecto, nos vemos mañana. Oye, casi se me olvida… un millón de gracias, cambio y fuera.
Eirin salio de la ducha, descalza, con su largo pelo cobrizo mojado, envuelta en un pareo amarillo y verde; se sentó a su lado en el sillón de mimbre:
- ¿Cómo te fue con la radio? –preguntó-
-Todo bien, Martín viene mañana, con la rueda, lo reté por pavo.
- Ahhh – le dijo ella, mirándolo divertida dándole el primer mordisco a una roja manzana- ¿y te acordaste de darle las gracias?
M.D.A.

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