24/6/07

Extraño Tè



"Hoy quisiera ser viejo y muy sabio y poderte decir lo que aquí no he podido decirte, hablar como un árbol, con mi sombra hacia ti". Silvio

Subí a tu ascensor con tres espejos, sus reflejos me devolvieron: mi pelo largo, mi chaqueta verde oscura, mi cara de incertidumbre, mi mochila amarilla, mis ojos de signo de interrogación, y mis dedos entrelazados en un nudo nervioso en la espalda sobre mis jeans. Cada uno de los pisos me sumo valor. Se abrió la puerta y salí al pasillo junto a esas tres ilusiones repetidas del yo. ¿Y dónde estaba yo? estaba en muchos lugares además de frente a tu puerta: estaba hablando por teléfono con otro, estaba recordando tu último olvido, estaba pensando si me veía bonita ¿Qué burdo no?; pero sobretodo estaba preocupada de qué decirte, o más bien dicho, estaba convenciéndome de que esta vez si te lo diría. Toqué el timbre, el sombrío reflejo de tus ojos azul oscuro me negó el ¡que wenna verte! que salió cordial y congelado de tus labios.
-¡que sorpresa!
Eso sí te lo creí, Sé que ya no te gustan mis sorpresas, desde que solo son visitas relámpago cuando estoy enojada por algo, amenizadas con una cerveza con sabor a jabón. Me da saudadi ya no darte sorpresas felices y entretenidas como antes; estrellas nacidas de mis manos, libros, música tocada de memoria por mis ágiles dedos en el piano de tu espalda, bailes, juegos de colores y palabras, “es mejor abrir un regalo a la vez, que abrir uno solo y que sean tres”. No fue hace tanto tiempo, pero me parece estar a un siglo de esos momentos atrapados en mi memoria, junto al olor a palo santo de tu pieza.
En la ventana la ciudad horrible y sucia, dentro de la ventana un nosotros menos horrible pero igual de sucio, artificial e impersonal. Ya no me gusta casi nada de cuando estoy contigo; hablamos de otra gente y no de ideas, cambiamos los caños por el alcohol y las buenas películas por estupideces como “I love Pinochet” ¿Cómo fue que llegó a pasarnos esto a ti y a mí? como un desesperanzador consuelo, me sigue gustando tu olor. Ahora te visito y trato de explicarte cosas que ni yo misma entiendo. Pero hoy fue la última de mis predecibles visitas sorpresa, hoy no solo te dije por vigésimo segunda vez que no podíamos seguir viéndonos. Hoy también me lo dijiste tu, por primera y última vez, cortante y definitivo.
- No quiero que vengas más, al menos no de sorpresa.
Tu afirmación fue tan poderosa que hasta caló en la sonrisa perfecta que siempre mantengo cuando estoy contigo. Antes era espontánea, hoy la vigilo constantemente en el reflejo de tus ojos que me miran sin verme. Ahora la distancia era mutua y gigantesca, Las luces de los faroles llamaron a la noche, y en el celular otro me avisó que era hora de partir. Me puse la ropa, tú ni me miraste, me sentí triste en un ambiente de artificial liviandad. Supe que no iba a volver a tu departamento… mejor, no me gustaba nada. Mientras llamaba al ascensor me devolviste al hall, donde apuré las últimas bocanadas de un casi huérfano cigarrillo, pero no hubo siquiera un atisbo de la complicidad de antaño.
Me gustaba mucho más cuando estábamos más lejos, pero más cerca, cuando no figurabas en ninguna parte y solo teníamos los fortuitos encuentros que nos regalaba el destino, en los que podía llamarte con propiedad compañero. Hoy solo nos separan dos horas y no una noche de viaje, estás en mi celular, en mis fotos, en mi msn, y de todos ellos puedo borrarte. ¿Podré también borrarte de mi memoria?
Subí al ascensor, con tres espejos; el reflejo me devolvió mi pelo largo, mi chaqueta verde oscura, mi cara de desilusión, mi mochila amarilla, mis ojos limpios para mirar al mañana sin preguntarme más por ti, y mis dedos entrelazados en un suave abrazo por delante, sobre mis jeans.
Salí a la calle a la hora que todos transitan cansados de vuelta a sus casas, es impresionante lo sola que me siento, entre toda esta gente atareada y automática busco esperanzada una sola sonrisa gentil y cómplice que me confirme que todo estará bien. Es inútil, hoy no hay para mi un dulce granito de sal en este mar de gente .De nuevo me llaman, invento una excusa cualquiera para quedarme un rato más por última vez contigo, o más bien dicho , con tu recuerdo. Entro a un pequeño café, me siento en una mesita de la esquina, pido un té exótico e impronunciable y me traslado a mejores recuerdos que los de hoy. Cuando esperaba toda una noche para disfrutar del desayuno contigo en la mañana, hoy elegiría el tazón de Kafka para mi extraño té mientras te extraño. Me gustaba más tu otro departamento; en la ventana no estaba la ciudad sucia, sino mil mundos pequeñitos, brillantes y eléctricos, con minúsculos seres mudos testigos de nuestro reflejo desnudo escuchando a Chopin. El teléfono vuelve a sonar, recordándome que alguien me espera. Pido la cuenta y me observo sonriente en el reflejo de lo que queda de mí té, esperando que algo lindo te quede de mí.
¿Sabes qué es lo que más me gustaba de tu antiguo edificio? Que los ascensores no tenían espejos.
Micaela Del Alba

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me recordo tanto a una amiga que tengo, hace tiempo la descubrí, y solo nos separan 12 años . Y una par de kms, en todo lo demás estamos bastante conectadas.Tu cuento me recuerda tanto a ella, tal vez porque ella también tiene una mochila amarilla, si de las chicas superpoderosas. Tu historia se parece a la de ella, debería decir abajo: "Cualquier semejansa con la realidad es pura coincidencia" no me sentiría tan llamada a dejar un comentario. Y felicitaciones por que tal vez es un paso. Y vamos hacia adelante que la razón nunca le dio un OK a ese deseo.
Suerte!
saltamonte de los 70's

Anónimo dijo...

Pequeño saltamontes queridísimo:
Los de este cuento no son personajes...son personas."Cualquier semejansa con la realidad es totalmente premeditada y alevosa"
pdta: Según lo prometido, estas vacaciones heredarás la mochila de las chicas superpoderosas. Un abrazo!